lunes, 5 de agosto de 2019

Dejarse seducir no es siempre un pasaporte a la aventura..

Allí estaba. Inmóvil. Esperando que yo tomara la iniciativa. Pero no, no podía. La desconcentración que me causaba su cuerpo ya conocido y la poca pasión que se me escapa por la entrepierna rígida,se negaba a ceder a ese cómodo compañero que estaba debajo de mí, aguardando mi magia para satisficier su fantasía. Muévete, le pedí, pero no… esa noche estaba decidido a ofrecerse entero a mi antojo y, por más que traté, no se me antojaba. La angustia jugaba contra mis ganas por lograr ese estado en que sólo quieres que el otro te pertenezca. La razón no me abandonaba y la conciencia me perseguía.No había caso. Me tocó decididamente los labios con los dedos y, sin querer, me transporté a esa otra noche, con ese otro ser.Sin presionar, desplazó levemente la yema de sus dedos en mi piel.Ignorante, el ahora frente a mí susurró que quería provocarme múltiples orgasmos, que anhelaba recuperar esas noches del pasado cuando yo lo amaba y él todavía no soñaba con alejarse ni mucho menos con volver. No había música de fondo. Ya no me excitaba su olor, besar su cuello ni lamer su piel levemente salada. Y él lo sintió, y yo le mentí, tratando de entender por qué no deseaba al hombre que siempre creí perfecto.Me distraje pensando en la plenitud de los afectos sin pasión, en los días sin revolcones y sin los íntimos placeres del piso . Y odié las noches sin roces estremecedores, ajenos a sus caricias, privados del loco instante en que una está irremediablemente perdida, desdoblada y estúpidamente feliz. Simplemente, no pude y él lo vio en mis ojos.Sexo con y sin amor, pero no amor sin sexo, sentencié ya lejos del momento cuando lo besé en la frente; justo antes de irme.

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