lunes, 26 de diciembre de 2011

Se inventan cuentos a domicilio.

Si hoy escribiera un cuento,definitivamente incluiría a un perro. El perro se moriría de viejo y lo enterrarían para ponerle una cruz de madera y todo eso. Luego sorpresivamente y contra toda ley natural llegaría la primavera, su tumba se llenaría de flores y el perro volvería a la vida para salir dando de saltos. Así de inverosímil solo para poder leer,dormir, bailar, sonreír y llorar pensando que el mundo (contra toda lógica) aún se permite este tipo de maravillosos milagros subrealistas. No podría resignarme a dejar morir al perro por que estaría en mis manos evitarlo. Y además no lo haría por que sería mi cuento y en mis cuentos siempre he podido hacer lo que yo quiera. Aunque pensándolo un poco mejor, podría escribir uno de un hombre que va a sacrificar a su perro, casi ciego, que no puede caminar, viejo y enfermo, para que no sufra. Se lo dice a su amante, quien lo acaba de mandar al carajo para que ya no vuelva y le ha dicho todo lo que había querido decirle desde el instante en que comenzó a hacerle daño. Ella lo sacaría a la calle, casi a punta de nunca vuelvas, merecidos. Le cerraría la puerta. Se quedaría sola, muy sola, rodeada por toda la soledad que le espera. Después de dos minutos correría hacia la puerta para alcanzar al discapacitado emocional del amante en la escalera. Uno tal vez pensaría que se asustó, que se arrepintió, que le va a decir que va a seguir siendo la otra, la segunda, la trampa, que se arrepiente de quedarse sola, que no importa el daño más que las causas y el miedo que está ahi, siempre. Pero le dice, solamente esto, que necesita hacerle una última pregunta.. una sola y una última pregunta. Nada más. Y no se me ocurre el final de la conversación en la escalera, solo se me antoja dejar a la imaginación la pregunta. Dejémoslo en un silencio con cambio, como en una de esas escenas brillantes que hace Almodóvar en sus películas. Pero lo que sí se me ocurre es que seis meses después, la ex amante trote felíz en un parque cualquiera, con el cabello al viento, con la música en sus audífonos en ON con la canción más felíz del mundo sonando de fondo (shiny happy people de REM, por que realmente creo que es la canción más felíz del mundo) y detrás vendría el perro de su ex amante corriendo con ella feliz con esa sonrisa que tienen los perros cuando corren. Vendría corriendo con las orejas dando de saltos y con un aparato de rueditas atadas a la cadera junto a ella, los dos felices, viviendo. Y esta es la parte en la que cualquiera adivina la pregunta que quedó al aire. Cómo no llorar, cómo no llorar ahora que lo escribo. O también podría escribir una novela de historias de perros de sus sonrisas y sus gestos. O quizás de amantes, de hombres infieles a sí mismos, vacíos y solitarios. No, qué diablos, qué flojera! nada de amantes ni de hombres...prefiero definitivamente hacer más cuentos de perros felices, aunque eso involucre inevitablemente una alusión a algún hombre cualquiera. Aunque algunos de ellos sean incomparables con los perros, que son mucho más bonitos y sobretodo fieles a sí mismos. Tantos perros que son como un milagro cotidiano subrealista, de los que si existen.

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