martes, 20 de septiembre de 2011

Descubriendo una realidad saqueada.


Muchas veces pensamos que la gente no nos descifra. Que pasa de uno, que eres completamente irrelevante para ellos y que ni en un millón de años podrían adivinar las cosas más simples que te sorprenderían. Ese delirio absurdo de creernos tan especiales. Me pasa todo el tiempo.
 A mi gente más cercana le consta que no me esfuerzo en "hacer amigos" en el trabajo por que las coincidencias son negadas para el medio en el que me desenvuelvo. Sin embargo, hace semanas que una compañera me prometía regalarme un libro que "seguro iba a encantarme". He de confesar que imaginé lo peor. Una novela rosa o aún peor algo de religiosidad oculta .. Aún así, ella llegó esta mañana después de su promesa de semanas atrás y su pésima memoria como la mía, con una enorme sonrisa y un libro de hojas amarillas: "Lupe, la canalla".  Otro libro de tinte feminista para mi misoginia mal planteada, pensé.  El autor es yucateco, es mi tío. Ya después te contaré la historia. Primero tienes que leerlo, me aseguró. Yo sonreí y le di las gracias. Con toda la incredulidad que me caracteriza últimamente.
   En unas horas de la misma tarde me vi sin poder soltar el pequeño libro de hojas amarillas. Envuelta por completo en la historia y en la suave melancolía con la que el autor me condujo. Intrigada y como cuando conoces a alguien que te impacta me preguntaba dónde había estado este escritor toda mi vida.
   Descubrí que Raúl Rodrígez Cetina fué un escritor yucateco poco valorado y autor de varias obras que ahora me daré a la tarea de conseguir de cualquier manera. De textos autobiográficos lastimosos, precursor de la literatura homoerótica en los años 70s (un yucateco! toma eso sociedad ultra-conservadora!)"Nacido en la caliente aunque mojigata Mérida " como leí en algún tributo a su obra. Aún tras saber todo ésto,  decidí no contarle a su sobrina-amiga que Google se ha encargado de darme varios datos sobre la vida literaria de su fallecido y fascinante tío. Dejaré que deduzca que por sus letras lo conocí un poco y más que nada dejaré que su historia me sorprenda como el libro que me regaló y en el que jamás pensé perderme en esta tarde.

Luego les cuento. Hay que dejar que la gente nos sorprenda un poco, a veces.

La ignorancia es la tradición de muchos.

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